La libertad de los modernos

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Descendiente de una familia de hugonotes, Benjamin Constant de Rebecque, abreviado con frecuencia a Benjamin Constant (1767-1830), fue un político e intelectual suizo-francés, autor de una amplia obra que combina ensayo, novela y autobiografía. Apoyó acciones revolucionarias, sirvió a Napoleón y más tarde se volvió en su contra cuando abrazó la dictadura, exiliándose en Inglaterra. En las aulas de las universidades de Edimburgo y Oxford conoce el pensamiento liberal anglosajón al que se adhiere y al que ya no renuncia. Inquieto y efervescente, Constant siempre mostró un temperamento curioso templado en la contrariedad y la polémica, el juego y las aventuras nocturnas. A pesar de sus muchos títulos, en la actualidad se le reconoce ante todo su breve ensayo De la libertad de los antiguos comparada a la de los modernos (1819).

Antes de su publicación, el autor leyó el opúsculo como conferencia ante un nutrido auditorio reunido en el Ateneo de París en febrero de ese año. Afirma que los antiguos “admitían como compatible con esta libertad colectiva, el sometimiento completo del individuo a la autoridad del conjunto”. Carecían de libertad individual puesto que desconocían los derechos individuales. En oposición, la libertad de los modernos nace “del derecho a no estar sometido sino a las leyes”. El respeto a las leyes garantiza la igualdad de los ciudadanos. Nadie puede estar por encima de la legalidad ya que esa excepción derrumbaría la igualdad en que se asienta la democracia liberal. Si la libertad privada era inexistente para los antiguos, para los modernos la “libertad debe consistir en el goce apacible de la independencia privada”. Consigna un placer fundamental de la modernidad casi siempre amenazado por quienes pretenden “que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre”.

Los populistas Andrés Manuel López Obrador en México y Pedro Sánchez en España recorren caminos equiparables para justificar el desmantelamiento del estado de derecho. No sorprende que ambos apunten a dos pilares de la democracia que resguardan la igualdad: la libertad de expresión y la independencia judicial. Emplean palabras idénticas y sinónimas: “regeneración”, “transformación”, “neoliberalismo”, “ultraderechismo”. Se antoja que no es casualidad que empleen léxico semejante para vehicular las mismas ideas. Mienten, difaman, calumnian, construyen una realidad alterna a la realidad real. Identifican democracia con su persona en lugar de hacerlo con la igualdad ante la ley y con el respeto a la disidencia. López Obrador y Sánchez han comenzado una regresión hacia la “libertad de los antiguos” que como indica Constant permite la intrusión del poder público en la vida privada de los individuos. Manipulación de vocablos y conceptos al servicio de una visión totalitaria del estado en que únicamente ellos y adláteres se sitúan por encima de la ley porque ellos mismos son la ley y el pueblo.

Estrategia elemental de cualquier tirano aplicada con el auxilio de la ignorancia e indiferencia de la ciudadanía, pero sin marcha atrás una vez desaparecidas las instituciones que aseguran la independencia de los tres poderes y la prensa libre. El mismo proceso que en su día impulsó Chávez en Venezuela parece replicarse a dos velocidades en México y España. Las directrices del foro de Sao Paolo y de Puebla gobiernan unos proyectos políticos cuyo desenlace ya se conoce. Constant detestaba que el poder público vendiera la felicidad como si fuera su propiedad y no del ciudadano: “Rogamos a la autoridad que se mantenga en sus límites, que se limite a ser justa, nosotros ya nos encargaremos de ser felices”. Sánchez y Obrador, en nombre del “progresismo” faltaría más, quieren a los ciudadanos esclavos para que ellos sean libres.

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