PANÓPTICO MULTICULTURAL

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Textos híbridos de periodismo contemporáneo

Abordar a la cultura como una construcción más que un concepto, permite
entenderla como un momento de reproducción de circunstancias materiales y
simbólicas, que caracterizan una época, sociedad, grupo social o momento
histórico. La cultura no ha estado ajena de los debates definitorios, filosóficos,
multisituados y dialécticos a lo largo de su historia, como singularidad concreta y al
mismo tiempo abstracta en el periplo de la humanidad.


No busquemos sobredimensionarla bajo miradas reduccionistas de particularidad
manipuladora, más bien reflexionemos sobre hacer de este constructo un hecho
aditivo, polisémico y ambiguo, ya que abarca elementos visibles e intangibles de
nuestro día a día y realidades individualizadoras y colectivas, que convergen en un
núcleo que gestiona y enfrenta al mismo tiempo las identidades, dando paso a una
reciprocidad social, que es la versión subcodificada del comportamiento humano.
Parece ser que no hay una sola cultura, sino un encuentro de estas como primer
respuesta a las connotaciones que han traído consigo el avance tecnológico y del
lenguaje, es decir, los encuentros y desencuentros de las culturas nos permiten
desarrollar nuestras propias sociedades por fenómenos que van desde el
sincretismo hasta la destrucción creativa, el desprecio o la desfiguración de las
expresiones que abarcan posturas hegemónicas, particulares, autónomas,
autocalificadas, personalizadas, de consumo y actualmente digitales.


El debilitamiento de unas formas culturales con sus respectivos elementos debido
a la imposición o masificación viral de otras, hacen posible el reconocimiento de
una especie de multiculturalismo como ecosistema de creación, invasión y
preservación de manifestaciones, conceptos y percepciones del mundo, así como
de sus propias realidades, sentimientos, comportamientos y conductas, por lo que
la pluralidad de culturas ha necesitado no solo de un inmenso espacio simbólico

de signos y reglas para su existencia, sino de una especie de alimentos que
administren la salud visual, identitaria y comunicativa de las personas, así como
de encargarse de engordar o debilitar ideologías e imaginarios, al servicio de las
evidencias de una clase social o grupo de poder mediático, político y económico,
cual comida chatarra.


No podemos pasar por alto que los seres humanos nos alimentamos de objetos,
imágenes, ideas y nociones del mundo con sus circunstancias o problemas, y esto
ha estado vinculado con complejas interacciones de relaciones sociales de
dimensión jerárquica, pues hace que alguien o algunos, históricamente nos hayan
dado de comer lógicas de clases sociales, estereotipos de los hombres y las
mujeres, creencias, costumbres y esperanzas discursivas, casi siembre bajo
referencias de influencia desigualmente distribuidas.


Pues por tu sexo, género, clase social, educación y lugar que habitas se te dará
un menú a la carta de alimentos invisibles basados en experiencias, gustos y
emociones que brindan sentido a las relaciones de lo particular y lo universal,
donde se naturaliza algún tipo de comida desmaterializada que hace el papel de
nutrientes ideológicos, bajo condiciones de multiplicidad fracturada, pues no todos
tenemos los recursos para una dieta rica en la gestión y control del conocimiento.


Hemos aguzado los dientes de la cultura con religiones, ocio, entretenimiento,
educación, pero también con clasismos, racismo y segregación cultural, que nos
pone en contacto con una clase de pan que condiciona la vida social, como un
alimento de coerción, oposición, conflicto, deseo, amor, odio y jerarquía,
presentándose ante la mirada de sus consumidores bajo colores, líneas e
imágenes sugerentes que le dan densidad, tal y como el mejor cartel publicitario
de una hamburguesa, un auto del año o del refresco de cola.

El panóptico es el alimento visual, simbólico y de identidad, que se consume como
un aperitivo, banquete o buffet ideológico, que cambia el cognitariado de las
sociedades, ya que sirve como una comida negociadora entre el sujeto y su
realidad, dando ideas sustanciosas que pueden aumentar o disminuir el malestar
político, la inseguridad, las muertes y desaparecidos en nuestro país, ¿quién
quiere degustar esas imágenes, datos y necroinformación cuando existe Disney
Plus o cualquier otro servicio streaming de diversión rápida y con menos nutrientes
que una investigación periodística o trabajo académico?


Ojo, nadie supone que estos servicios digitales sean la chatarra visual de
consumo insular en la era posmasiva del prosumidor, más bien es la decisión y
posibilidad de consumo quienes marcan la ruta de acceso a estos contenidos por
parte de las audiencias; no olvidemos que aún existe la piratería de películas y
discos de música en mercados populares, afuera y dentro del Sistema de
Transporte Colectivo Metro. Alimentarse y nutrirse es un lujo en todas sus
opciones culturales.


El panóptico acumula el saber de una cultura, o encuentro de culturas llamado
multiculturalismo, al mismo tiempo que conecta, intercambia, renueva, innova y
universaliza el menú de cada día o sesión en redes sociodigitales.


No solo han colonizado la cultura, sino sus ingredientes, aromas, colores y
sabores, pues se han convertido en técnica de capital cognitivo que nos provoca
diabetes visual. Este pan se ingiere en todo momento, espacio y lugar, se expande
y proliferan sus soportes para llevarle como una extensión de nosotros mismos. El
teléfono inteligente es tu otrora lonchera escolar donde cargabas el almuerzo, solo
que ahora te satisfaces la psique antes que el estomago.


El panóptico multicultural nos ofrece inclusión, lógicas económicas y parásitos
virales, al mismo tiempo que amenaza la naturaleza creativa de la cultura, ya que
los chefs o panaderos de este alimento cognitivo, lo preparan haciendo uso de
recetas de poder instrumental que imponen la experiencia humana desechable,

como la concentración de riqueza por la percepción que dispone de la experiencia
humana como materia aprovechable en el comercio de las conciencias.
Este alimento es asimétrico, privatizado, automatizado y amolda nuestra psique,
como un negocio de datos conductuales que buscan el éxito o fracaso del
pensamiento como herramienta creadora de sentido social.


Cada consumidor es una vida con final abierto, pues nos pueden cambiar la dieta
en cualquier comento. Comer, desarrollarse, nutrirse o alimentarse no solo es un
proceso biológico sino cultural e ideológico, que disciplina a sus consumidores
cuales leyes del mercado, ya que nuestra ingesta visual nos lleva a sobrevivir sin
tiempo de dudar o quejarnos de lo que saboreamos.


Agradezco a quien compartió este pequeño snack reflexivo conmigo ….

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