Promesas y verdad

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Iniciaron las campañas con promesas directas, electrizantes, a excepción del sermón de Claudia Sheinbaum en el zócalo. El evento de la candidata de Sigamos haciendo Historia recordó al viejo PRI, a esos escenarios rancios, presuntamente majestuosos y solemnes, en que la atención la acaparaba una sola persona en una plaza abarrotada de acarreados a quienes poco importaba lo que dijera, porque siempre estaban allí mediado el pago de rigor.

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Regresan las campañas que llenan grandes recintos con dinero público, en lugar de reducir aforos y apostar por la libertad de los ciudadanos. La transición democrática de México concluye en su principio, en una circularidad de la que parece imposible ya evadirse. La democracia se reduce a intercambio de mercancías en que lo significativo es el valor del objeto de trueque y no la adhesión voluntaria. Un sistema con apariencia de democracia, una simulación de la que todos participan. México ha renunciado a una democracia que en algún momento asomó en el horizonte. Sheinbaum leyó impertérrita cien compromisos como López Obrador leyó hace seis años cien compromisos. ¿Cuántos cumplió el Presidente? ¿Cuántos cumplirá la candidata oficialista? ¿Cuántos compromisos anunciados a bombo y platillo cumplirán el resto de candidatos?

            Este sexenio se diferencia de los otros en un asunto decisivo para la vida democrática y el descrédito que ha sufrido: la mentira. Andrés Manuel miente todos los días a todas horas. No le tiembla la voz, ni se azora, ni se abochorna. La mentira se ha transformado en protagonista indiscutible de la política. Devaluada la verdad como primer compromiso de la actuación pública, ya no hay restricciones a la hora de formular promesas. Tampoco es legítimo que lo candidatos se sirvan del sobreentendido de que las promesas están para incumplirlas.

La gestión de Andrés Manuel exhibe la necesidad de que el incumplimiento de promesas tenga consecuencias jurídicas y políticas. El fraude no debería presidir las campañas ni los gobiernos. Porque el fraude inicia en las candidaturas mismas y en los candidatos. Sheinbaum carga 27 muertos de la línea 12 del metro que la invalidan para asumir cualquier representación hasta que no se investigue debidamente y los jueces dicten sentencia. Xóchitl Gálvez no debió de asumir la candidatura hasta aclarar el presunto conflicto de interés entre su empresa y el gobierno de Vicente Fox. Jorge Álvarez Máynez debió despejar toda duda de las acusaciones de acoso sexual y laboral que pesan sobre él. La sombra de sospecha cubre a los tres candidatos y ninguno se ha tomado la molestia de disiparla, limitándose negar las denuncias o a evadir los cuestionamientos.

            Pero ya llegan las promesas y los compromisos. ¿Puede confiarse en alguien moralmente señalado que los cumplirá? Parece que no. Todo indica que el fraude de las candidaturas contaminará unas las campañas administradas por la mentira y la demagogia. Si se repara en las promesas en materia de seguridad formuladas el primer día de campaña por cada uno, parece evidente que son sólo buenos deseos, que es improbable su implementación, que en caso de hacerlo esas medidas son inútiles. Se anuncian promesas porque una campaña sin promesas no es campaña, como tampoco lo es sin acarreados. Los compromisos no residen en la verdad, sino que forman parte del numerito de ilusionismo. Lo que está en juego no es el cumplimiento de las promesas, sólo el asalto al poder con el pretexto de unos votos que en cantidad significativa están comprados.      

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