El PAN estuvo de regreso

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Apenas hace cuatro meses Santiago Creel visitó San Luis Potosí para agitar el postrado ánimo de los panistas del Estado con el pretexto de la candidatura a la Presidencia de la República. La efímera visita se apegó a estricto protocolo. Verónica Rodríguez (coordinadora estatal), Cristina Govea (coordinadora municipal) y Xavier Azuara (dueño del PAN) no consiguen elevar el espíritu panista, pero se esmeran en ágapes en honor a invitados o a partidos de la selección mexicana. Después de una productiva conversación entre Creel y el alcalde Enrique Galindo de la que se filtró que hablaron de nada pero todo muy importante, concurrió a un restaurante de la Avenida Himalaya en donde le esperaban muy relevantes panistas. Una frugal colación lo recibió: pulpo a las brasas, ensalada Capri y antojo a los postres, todo regado convenientemente con caldos finos. El momento de relumbrón llegó cuando Santiago Creel, entonces profeta del cambio, tomó arrebatado la palabra. De inmediato un intenso sopor asaltó a los comensales que se derrumbaron sobre las mesas. Concluida la monserga, espabilaron los conmilitones jaleados por Azuara para aplaudir y lanzar porras. A velocidad pidió a los meseros que sirvieran todo tipo de alcoholes para enfrentar el evento siguiente: encuentro con las masas. Rápidamente Santiago Creel se abrazó a un pomo de brandi que ya no soltó, agotado por la insondable perorata que concluyó con “¡esto es improvisación, chingaos!” Liquidada la botella en un visto y no visto, con ojos turbios y frente perlada de sudor, exhortaba a los reunidos con inexplicable euforia adherida al feminismo de la hora: “Los machos somos machos porque bebemos, ¡qué chingaos!” Concluido el discreto convivio, marcharon a un restaurante en camionetas que honraban la ocasión.

            Al llegar al María Dolores, se encontraron el recinto vacío. Únicamente estaban presentes regidores y diputados locales debidamente acomodados por grupos en el estrado. Faltaban los diputados federales que, formando parte del petit comité de bienvenida y servidos a conveniencia, ocuparon sus lugares a tropezones. De repente, entró una multitud de acarreados que acababa de descender de los autobuses estacionados afuera del local. Los recién ingresados portaban en la playera Viva Creel y Viva Azuara a costa de los demás. Tomó la palabra el tribuno de la República, Santiago Creel. Lo que salió de su boca dejó perplejos a los congregados circulando abanicos de todos los tamaños y colores para espantar el sofoco. Declaró el impetuoso orador: “Dios se me apareció el otro día, ¿o era la otra noche?, y me llamó por mi nombre: ‘Santi ¿o Santiago?’ Y me comunicó con esa fuerza que solo experimentamos los elegidos: ‘Te vas a chingar ¿o derrotar? al pendejo ¿dijo pendejo? de López Obrador’. Dios me ha elegido”. Dios suele aparecerse en contadas ocasiones, aumenta sus visitas mediada la botella de brandy y ya no se separa de sus elegidos una vez apurada. El público arrobado no supo cómo reaccionar. Unos lloraban entre convulsiones, otros se arrodillaban acariciando con la mano derecha el escapulario colgado del cuello, los menos dibujaban una escéptica mueca en sus labios.

Un apuesto joven afro-potosino arrebató el micrófono al ungido para dar un valiente testimonio, sin reparar en su tímido sobrepeso que en esta ocasión actuó como resorte acaparando espacio (como si lo necesitara) y atención (que necesita): “Ayer estuve en el hospital porque tuve un infarto de miocardio. Bueno… un casi infarto que pudo haber sido un infarto. No sé por qué las enfermeras me echaron del hospital antes de la hora prescrita. No les había hecho nada, lo juro, pero me echaron. Estoy aquí para rendir mi testimonio. Si aquí estoy es gracias a usted, admirado Santiago Creel a quien admiro desde que tengo 6 años, no como a Eduardo Verástegui a quien admiro desde los 10 años. Si estoy aquí, a salvo y con vida y sin enfermeras que me correteen, juro que no las acosé, es porque la sola noticia de su presencia redobló mi amor a México. Ese amor a mi país multiplicado por el que siento hacia quien se sienta a conversar con Dios me han salvado la vida. Gracias don Santiago, por todo lo que ha hecho por México, por los mexicanos y, ante todo, por haberme devuelto la vida siendo varón que es doblemente vida”. Al primer estupor se añadió un pasmo generalizado concluyendo el entrañable evento. Inmediatamente Creel pidió otro pomo porque tenía que conversar con Dios. El apuesto joven con sobrepeso se quedó a firmar autógrafos en la banqueta porque no cabía dentro. Azuara, Vero y Cristi se felicitaban por la exitosa organización en que, a excepción de ciudadanos, militantes y simpatizantes panistas, no faltó nada ni nadie, ni siquiera Octavio Pedroza, exalcalde de San Luis, que preguntaba a todo el mundo: “Pero ¿no sabes quién soy?” Esa vez el PAN estuvo de regreso.                   

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