La semana pasada los partidos del Frente Amplio o Fuerza y Corazón por México publicaron
la nómina de los candidatos respectivos de PAN, PRI y PRD al Congreso y Senado. Las listas
generaron reconocimientos y críticas a conveniencia. Pero esas candidaturas no deberían
justificarse desde las simpatías o antipatías, sino desde la pertinencia y competencia. Las
emociones enturbian el juicio a la hora de ponderar el sentido de la nómina. La alianza
opositora irrumpió como alternativa al delegar a priori en la ciudadanía la selección de
representantes públicos. Los partidos habían accedido a dejar de lado sus intereses para
adoptar los intereses de los ciudadanos. Casi de inmediato al extraño nombramiento de Xóchitl
Gálvez como candidata del Frente a la Presidencia de México, los partidos políticos mostraron
un comportamiento aparentemente errático: desaparecieron, reaparecieron, acompañaron a la
candidata, la abandonaron. Da la impresión de que no supieron situarse en torno a Gálvez o
no supieron situar a Gálvez en su entorno. Pero quizás no quisieron. Es probable que sintieran
amenazada su autonomía para confeccionar las listas y optaran por exhibir distancia. Con todo,
siempre hasta la publicación de los candidatos proclamaron su servicio a los ciudadanos
intentando establecer una relación íntima con la sociedad civil que ahora se antoja simulación.
En el momento de presentar los nombres, los presidentes de los partidos declararon
que no sólo eran los mejores sino que eran los que necesitaba México. Argumentaron que el
país requiere los más competentes para impedir que la coalición Juntos Hacemos Historia
conquiste la mayoría calificada en la Cámara y en el Senado. El movimiento de Marko Cortés,
Alejandro Moreno y Jesús Zambrano reside en un truco de ilusionismo. Desde luego, no es un
servicio a la ciudadanía porque en ningún caso se integra a ciudadanos, no eligen a los mejores
sino a los cercanos y familiares, no representan a la sociedad de civil sino a sí mismos
pretextando servir a la sociedad civil. Ilustra el juego de manos el registro de Marko Cortés,
Ricardo Anaya, Jorge Romero, Germán Martínez o Santiago Creel. El presidente del PAN se
postula en primer lugar al Senado expresando que quiere servir a la sociedad como la sociedad
quiere ser servida, pero olvidando reiteradas peticiones de dimisión como presidente del
partido por incompetente. Ricardo Anaya fugado en Texas, con la excusa de sufrir persecución
política, debería antes aclarar su presunta corrupción. Un caso equiparable al de Jorge Romero
señalado dentro y fuera del PAN como uno de los autores intelectuales del cártel inmobiliario.
Germán Martínez encuentra de nuevo su sitio en Acción Nacional después de declarar hace
unos años que el partido era ya un trasto inútil para México, pero por lo visto muy útil para sí
mismo. Santiago Creel, que nunca ha ganado una elección a nada, ocupa una plurinominal
después de décadas de hacerse con curules y escaños plurinominales sin otra aportación que
ser Santiago Creel.
El PAN, como PRI y PRD, sigue con su tráfico de influencias, su pago de deudas, su
comercio de intereses particulares. Casi ninguno de esos nombres merece representar a la
sociedad. Si hubiera tenido oportunidad, la ciudadanía habría propuesto candidatos honestos y
probos, sobre los que no recayera sospecha alguna. Otra vez los partidos utilizan las
candidaturas para evitar que los amigos enfrenten la justicia. Además, estos candidatos
conocen de primera mano el mecanismo que enriquece a la dirigencia del partido lo que
asegura la continuidad del sistema. El Frente Amplio secuestra a la ciudadanía aparentando
servicio a la ciudadanía como estrategia para secuestrar sus votos.