Nombres en el caso Epstein

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El viernes 5 de enero se desclasificaron otros 130 expedientes judiciales relativos al caso Epstein por orden del juez del tribunal federal para el Distrito Sur de Nueva York, Loretta Preska. Desde entonces ha comenzado a girar un carrusel de nombres supuestamente implicados en la red de pederastia que administraba el empresario. Tan interesante como las personalidades aludidas resulta el tratamiento del affaire por parte de los medios de comunicación.

En su titular, el diario El País asociaba los documentos de Epstein con Donald Trump, involucrando al expresidente en la trama. En ambos casos, no se debe la imputación a la precipitación o a la urgencia de informar como prueba que el periódico no haya rectificado. Se trata de mala fe, de información pervertida al servicio de la campaña de desprestigio contra Trump. La manipulación no está dirigida a informar a la sociedad sino a satisfacer intereses políticos y económicos de grupos mediáticos. Junto con Trump, se consignó el nombre de Oprah Winfrey. Las dos personalidades aparecen en los papeles pero para exonerarlos de toda relación con la trama criminal encabezada por Jeffrey Epstein. Faltando a la verdad, los medios se posicionan en favor del partido demócrata y en contra del republicano.

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 Nombres citados en numerosas ocasiones en esos documentos son Bill Clinton, Stephen Hawking, el Príncipe Andrés de Inglaterra, Harvey Weinstein, Jean-Luc Brunel. A excepción del hermano del rey Carlos II o Weinstein que ya cumple condena, periódicos y noticieros pasaron de puntillas hasta que no pudieron esconder la evidencia. Junto a los mencionados, aparecen otras personas vinculadas al partido demócrata y a Hollywood.

El manejo de la noticia exhibe a unos medios de comunicación que manipulan información denunciando sin pruebas a determinados ciudadanos y silenciando a otros cuya complicidad parece probada. La estrategia de desinformación se dirige a operar las elecciones a la Presidencia de EEUU este mismo año. Llama la atención la falta de profesionalidad y rigor de periódicos y noticieros dispuestos a transgredir el código de ética a condición de que su candidato y el partido al que pertenece sufran el menor desgaste para presentarse con opciones a la contienda electoral. Los documentos publicados muestran también la confabulación entre el partido demócrata y la industria del cine.

La argamasa que pega a uno con otra es el progresismo que vehicula la ideología de género y woke, y promueve la cultura de la cancelación. El progresismo agita la bandera de la libertad asumiendo una supuesta autoridad moral de la izquierda mediante la censura y la prohibición. Una “libertad” en contra de la libertad. Con seguridad, en las semanas siguientes se asistirá a una campaña, en la que es previsible la presencia de El País, para normalizar la pederastia como ya ha sucedido en Países Bajos y Canadá, y como se ha pretendido en España.

La pederastia seguiría siendo delito aunque no se consignara en los códigos penales. La obligación de cualquier gobierno es preservar la seguridad de la infancia. No hay ninguna justificación para normalizarla y, desde luego, para legalizarla. Si se prueban las acusaciones registradas en los 11.000 folios, los implicados deben afrontar las consecuencias. El progresismo está demoliendo la sociedad ondeando una libertad que sólo es sumisión, secuestrando a la sociedad sometida al interés de una cúpula dirigente. Los medios progres, opuestos al derecho riguroso de información de los ciudadanos, optan por desinformar y mentir. No son vehículos de información sino factores que manipulan la opinión.   

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