Vestirnos no es neutro: La ropa, el prejuicio y las narrativas que aún nos visten.

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No solo nos vestimos: también somos vestidos por la mirada del otro.

En 2025, hablar de moda parece sinónimo de libertad, diversidad y autoexpresión. Pero bajo la superficie brillante de los desfiles y las redes sociales, persisten estructuras profundas de juicio, control y exclusión. Vestirse nunca ha sido un acto puramente individual: es una práctica social cargada de significados que otros interpretan, aplauden o sancionan.

El atuendo como frontera simbólica

La psicología social demuestra que una primera impresión se forma en apenas 7 segundos (Willis y Todorov, 2006). Antes de pronunciar palabra, nuestra ropa ya ha “hablado”. John Molloy, en Dress for Success, definió el atuendo como «un sistema de señales que opera antes de las palabras».

Esas señales no son neutrales: reproducen narrativas históricas sobre género, clase, etnicidad y poder. Un vestido corto todavía puede leerse como «falta de respeto». Una falda en un hombre sigue despertando burlas o violencia.

«Vestirse es participar en una conversación pública sobre quién se es, quién se quiere ser y cómo se desea ser leído.» — Sherry Turkle

Prejuicios heredados como uniformes invisibles

Desde la infancia, nos enseñan que hay formas “correctas” de vestir: lo rosa para las niñas, lo azul para los niños; lo formal para impresionar; lo neutro para ser aceptado. Aunque parezca que hemos superado estos códigos, permanecen incrustados en el tejido cultural.

Incluso en discursos de “moda libre”, asoma el juicio. Quien se viste «demasiado excéntrico», «demasiado indígena» o «demasiado urbano» suele quedar fuera del ideal estético dominante. La ropa que nos libera también puede convertirse en la ropa que otros usan para encasillarnos. «No vestimos para escondernos, sino para existir. Pero a veces el entorno no está listo para leernos sin prejuicio.» — Melissa Baleon

Redes sociales: el doble filo de la visibilidad

Instagram y TikTok han democratizado el acceso a la moda y abierto espacio a voces disidentes. Hoy, un diseñador emergente de Oaxaca puede ser visto en Tokio en cuestión de horas. Pero la hiperexposición también refuerza la vigilancia. La socióloga Eva Illouz advierte que la cultura hipereditada de la imagen genera ansiedad y autojuicio: «Las redes producen un yo que siempre se compara con un ideal imposible». Así, el feed se convierte tanto en escaparate como en tribunal estético.

¿Hacia una moda verdaderamente libre?

El desafío actual no es solo vestirnos como queremos, sino aprender a mirar al otro sin prejuicio. La ropa es arte y lenguaje, pero sigue atrapada en viejas narrativas. El internet nos permitió mostrar quiénes somos; ahora nos toca aprender a ver —y aceptar— quiénes son los demás.

La moda es la promesa de ser quien quieras ser, pero esa promesa solo es real cuando dejamos de dictar quién puede usar qué.”Adaptación de Pierre Bourdieu

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