Bukele concentra el poder y elimina límites a la reelección

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La transformación del presidente salvadoreño Nayib Bukele de figura política “disruptiva” y mediática a líder autoritario ya no admite dudas. Su régimen ha cruzado una línea más: la Asamblea Legislativa, completamente controlada por su partido, ha aprobado una serie de reformas que consolidan su dominio absoluto del poder, eliminando todo contrapeso democrático en El Salvador.

Con estas reformas, Bukele acorta su actual mandato hasta 2027, extiende la duración del próximo periodo presidencial de cinco a seis años, elimina la segunda vuelta electoral y borra de facto los límites a la reelección, permitiéndole perpetuarse indefinidamente en el cargo.

De la popularidad a la autocracia

Desde 2023, analistas y defensores de derechos humanos han advertido del carácter autoritario del régimen de Bukele, pese a su elevada aprobación popular. En su momento, se reconocía que buena parte de su apoyo se debía a su política de mano dura contra las maras y pandillas, que había traído mayor seguridad, pero a costa de detenciones arbitrarias, represión, y un desmantelamiento sistemático del Estado de Derecho.

Así lo señalaba un artículo publicado en enero de 2024: “El Salvador ha transitado de ser una democracia de bajo rendimiento a un régimen autoritario (…) la ‘Bukelización de la política’ presenta un modelo seductor y eficaz, comunicacionalmente sofisticado y peligroso, que muestra cómo desmantelar una democracia con amplio apoyo popular”.

Hoy, esa advertencia es una realidad consumada.

Reelección indefinida, poder absoluto

La reforma aprobada por la Asamblea convierte la reelección indefinida en una práctica legalizada, a pesar de que la Constitución de El Salvador la prohíbe explícitamente. La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha sido clara: la reelección indefinida no es un derecho humano, vulnera principios democráticos y debilita las instituciones representativas.

Sin embargo, Bukele, con el control absoluto del Legislativo y del aparato judicial, ha impuesto su voluntad. Su proyecto de poder ya no se distingue, en esencia, del que ejercen los regímenes autoritarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua. La diferencia es sólo de estilo y de relato: Bukele se vende como moderno y eficaz, pero en la práctica se ha convertido en un dictador más, sin controles, sin rendición de cuentas y sin límites.

Una nueva forma de dictadura, legitimada por la popularidad

El autodenominado “dictador más cool del mundo” ahora muestra su verdadera cara. Deja atrás la imagen de modernidad para revelar un patrón clásico del autoritarismo latinoamericano: reformas legales a modo, instituciones sumisas, concentración total del poder y culto a la personalidad.

Y lo más peligroso: lo hace con un respaldo popular significativo y un discurso “anticorrupción” que le da legitimidad ante muchos ciudadanos, lo cual lo hace aún más difícil de cuestionar desde dentro y desde fuera.

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