«Cuando se sigue el doloroso camino de las armas, pueblos enteros quedan desfigurados y desgarrados por el odio». El Papa Francisco
El conflicto entre India y Pakistán ha alcanzado una nueva escalada de agresión que amenaza
con detonar en un conflicto bélico de dimensiones incalculables, al mismo tiempo que, en
Cataluña la inconformidad de los catalanes crece en contra del gobierno español por las
subvenciones que reciben los musulmanes procedentes de Marruecos. Estos problemas
solamente se suman a los muchos que ya existen como la guerra entre Ucrania y Rusia, el
enfrentamiento entre Israel y Palestina, los más de 35 conflictos en África (entre ellos el de
Somalia y Sudán) así como los existentes en los pueblos árabes; la crisis política de Haití, las
dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua que tienen a sus países sumidos en profundas
crisis sociales lo mismo que las crisis humanitarias y migratorias generadas por Estados
Unidos de Norteamérica, invariablemente nos hacen cuestionarnos sobre nuestra verdadera
vocación humana, no en la convención individual sino en la convención política y social
porque si bien es cierto que, nuestra composición colectiva es un mosaico que en su mayoría
se estructura con ciudadanos que desean y propician el bienestar común tan bien lo es que,
en gran medida el contrapeso negativo, bárbaro y salvaje impera en el día a día. No es un
secreto que India es un país que se distingue por tener hombres extremadamente ricos y un
pueblo que vive sumido en una pobreza estremecedora y al igual que Pakistán, ambos han
negado tener la capacidad de resolver la paupérrima situación de sus ciudadanos, no obstante,
los dos han sacado un armamento que no puede explicarse sin que el gobierno haya
privilegiado comprar armas antes de darle comer a sus gobernados. Pero lo que ocurre allí es
sólo una muestra del criterio que tienen las naciones de todos los niveles para atender y
resolver los problemas de sus ciudadanos porque si vemos también a los países de Asia,
encontraremos la misma realidad. Por donde quiera hallamos gobiernos que invierten más en
armas que en el desarrollo educativo, económico y cultural de sus pueblos. La pregunta de
siempre es ¿hasta cuándo? Hasta cuando los responsables de nuestros gobiernos van a dejar
de pensar en la ganancia y el poder porque el asunto de la Guerra, lo sabemos todos, es el de
la ganancia y el del poder en el que, como decía Erich Hartman: La guerra es un lugar donde
jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se
conocen y se odian, pero no se matan. Esa ganancia y ese poder cambian de rostro y de forma
y por mucho que se quiera cubrir el sol con un dedo, el hecho de que no haya bombas
atómicas o una declaratoria de guerra a la vieja usanza del protocolo, no significa que no
exista alguna como lo es el caso de la guerra contra el narcotráfico cuyo presencia en varios
países del mundo y en el nuestro, ha causado desplazamientos de comunidades enteras,
muertos, desaparecidos y una descomposición social que ha impactado en varias
generaciones. De allí la apuesta a una humanidad más consciente y comprometida porque, o
cambiamos o seremos los artífices de nuestra propia extinción.