Vargas Llosa: el adiós que nunca fue.

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«Hay que desconfiar de los genios, porque a veces se hacen los muertos» Facundo Cabral

Se dice, se afirma, se anuncia en los medios de comunicación que murió don Mario Vargas Llosa y de pronto, ante la noticia, parece que el mundo se detiene. En todas las esferas políticas, sociales y culturales, se siente la sacudida de su muerte, pareciera que súbitamente un sismo sacudió el universo de la literatura abriendo grietas, derribando muros, quebrando ilusiones y rompiendo esperanzas. Ante el deceso del escritor peruano Mario Vargas Llosa quien recibiera el Premio Nobel de Literatura en 2010, las y los escritores e incluso políticos, empresarios, fanáticos y los ocasionales (personas que por suerte y azares de la vida tuvieron
el honor de convivir con él) exhiben fotos con el célebre autor e inundan las redes sociales para demostrar que lo conocieron y en un esfuerzo por hacer patente su dolor, hay quienes aventuran lo que consideran un poema o una canción. En ciertos casos se pueden leer cartas y pensamientos de sus lectores que le hablan del amor, de la inspiración que ha motivado en ellos y de la huella indeleble que sus libros han dejado en sus vidas. Para enfatizar la nostalgia del dolor de su “adiós”, las instituciones de cultura preparan homenajes cada una, desde luego, a su nivel y alcance, pero es un hecho que desde el modesto centro cultural de una
comunidad en Perú hasta las más elevada institución de Cultura y de las artes, cuelgan el
festón de luto y organizan mesas redondas, lecturas y debates.


Sin embargo, a pesar de que la noticia contiene una carga de dolor auténtica, existe en el aire un sentimiento de incredulidad ante la partida de un hombre que poseía una presencia física e intelectual imponente. Pareciera como si no fuera cierto, se antoja irreal, inadmisible e inexplicable y uno recuerda una de sus frases célebres: “Cuando la realidad se vuelve irresistible, la ficción es un refugio. Refugió de tristes, nostálgicos y soñadores”, con base a ello uno se da cuenta que necesita una ficción, es decir, un refugio ante esta noticia
que por sí misma nos conmueve en el alma porque fue como contemplar la asunción de una estrella hacia el firmamento de quienes se han vuelto eternos. Dicha asunción se basa en una serie de libros que resultan fundamentales: La ciudad y los perros (1963), Conversación en La Catedral (1969), La tía Julia y el escribidor (1977), La guerra del fin del mundo (1981) y La fiesta del chivo (2000), etcétera. Aunado también a una fantástica producción literaria, el literato peruano fue una voz crítica de su gobierno y de los gobiernos de otras naciones cuando veía un abuso o exceso.


Congruente con su deber ser, para Mario Vargas Llosa, la muerte se merece una mirada de reojo y una sonrisa de colmillo porque él sabe, lo mismo que sus antiguos camaradas del boom latinoamericano, que ellos son los acorazados indestructibles de la literatura latinoamericana y que su adiós fue solamente el amago de un triste abrazo de despedida, en medio de un ocaso nostálgico de la vida.

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