La llamada de la tribu

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Pocos espectáculos más sórdidos que el que ofrecen en últimas fechas oficialismo y oposición a propósito de la reforma del poder judicial. Karl Popper califica de “espíritu de la tribu” al irracionalismo primitivo que se cobija en todo ser humano incluso civilizado.

Es un reclamo irresistible del mundo tradicional, cuando no existía la noción de individualidad y el hombre solo se concebía como parte de una colectividad, cuando entregaba involuntariamente su libertad y su independencia porque las desconocía al chamán o al cacique, cuando aceptaba sin reparos sus decisiones que los liberaban de toda responsabilidad. Añade Mario Vargas Llosa, ese pasado en que se sentía seguro, “sometido, igual que el animal en la manada, el hato, o el ser humano en la pandilla o en la hinchada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al ser diferente, a quien podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu”. 

Morena exhibe a diario esa subordinación al brujo, renunciando cada diputado a su individualidad, abdicando de su voluntad, inmolando su libertad a la mejor causa de la bola que extravía responsabilidades personales en aras de un divus colectivo que se remonta a organizaciones tribales.

No sorprende que López Obrador apele regularmente a las sociedades prehispánicas en que imperaba “el amor, la inocencia y la bondad”. En realidad, busca regresar ese llamado de la tribu que somete conciencias y voluntades a conveniencia del cacique en que lo igualito sustituya a la igualdad y el individuo se desvanezca en lo colectivo.

Los diputados de Morena no se comportan como ciudadanos civilizados, capaces incluso de acariciar una modernidad relativa y lejana, sino como una bola irresponsable cuya responsabilidad reside en exclusiva en complacer al brujo. Al renunciar a la palabra, al arrumbar el diálogo, muestran su indignidad para representar a ese “pueblo” con que se llenan la boca pero al que traicionan por mandato mágico.

            La oposición no está mejor. Los alegatos en contra de la reforma judicial resultaron patéticos y huérfanos, inverosímiles y artificiales.

Tras un sexenio en que el cacique ha obrado a placer, sin estrategias fiables de denuncia de una tiranía indisimulable, parece que ahora hay que confiar en reivindicaciones extemporáneas. Ricardo Anaya representa ejemplarmente el laberinto en que se encuentra la oposición. Lleva unos días buscando cámara y micrófono, denunciando la arbitrariedad de una reforma que atenta contra la democracia y entrega al ejecutivo la independencia del poder judicial. Sus argumentos son válidos aunque todos ya se han exhibido, nada dice que no se haya registrado.

El inconveniente es que sea Anaya quien alerte de que la democracia está amenazada. Cuando tuvo la oportunidad de asumirse demócrata siendo el presidente de Acción Nacional, optó no por respetar los estatus del partido sino por violarlos para acceder a la candidatura a la presidencia en las elecciones de 2018. El CEN del PAN entonces se comportó como ahora se comporta Morena en el Congreso, sometiéndose a la voluntad mágica del brujo hoy sedicente demócrata.

Pero hay algo peor. Anaya estuvo prófugo todo el sexenio por denuncias de corrupción. A pesar de que las niegue, siguen vigentes como muestra que haya regresado para asumir un escaño del Senado que le otorga impunidad no inmunidad. En pocas palabras, la oposición la capitaliza un corrupto y un cacique o un cacique corrupto que es un pleonasmo.                

Unos y otros han liquidado la incipiente democracia mexicana que nunca fue democracia pero sí incipiente a causa del interés de unos y otros. Hoy se proclama la tiranía secundando el pensamiento mágico del brujo por parte de una bancada que opta por la bola en lugar de por la responsabilidad personal, con la complicidad de una oposición que finge serlo pero que ha sido cómplice necesario para llegar a este des

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