A mis amigos del viejo PAN,
Hoy, como cada tres años, veo un montón de ciudadanos, cabales, demócratas, involucrados en una serie de discusiones, de artimañas, para encumbrar democráticamente a un dirigente en el partido que esté a la altura de las circunstancias. Si no tuviera costos, sería admirable su tesón. Pero la realidad es otra.
¿Qué tiene que pasar para que asuman que eso ya no es posible?
El partido ya cambió. Su cultura es otra. El gen democrático, su esencia, su compromiso original, ya no existe más. Una amplia mayoría de militantes es una comuna clientelar. No se afiliaron por los motivos correctos. Es más, muchos de ellos ni siquiera decidieron ser parte de, los metieron.
Ya van tres elecciones para Jefe Nacional que dan cuenta de que oponerse a la nomenclatura es una empresa imposible. En la última, los precandidatos opositores no alcanzaron ni los requisitos para registrarse. Y si llegaran a lograr el registro en esta ocasión, sería una concesión de los secuestradores para legitimar su “elección”. El resultado final ya está cantado.
Y ojalá todo fuera como el mito de Sísifo… cada quien su vida, y que hagan lo mismo a perpetuidad.
Pero no es así. Los desafíos políticos que hoy enfrenta México se agravan por la ausencia de este capital social que sigue distraído y aferrado a una causa perdida, que encima es menor, menos trascendente, a lo que hoy enfrenta la defectuosa democracia liberal de nuestro país.
Nadie puede juzgar ese empeño por rescatar al partido responsable de la transición democrática. Fue la plataforma política para articular la lucha cívica que logró esa hazaña. Fue la escuela de ciudadanía de varias generaciones que cumplieron con su deber y compromiso con la ‘res pública’. Miles de mexicanos se formaron ahí. Reconocieron y admiraron el espíritu cívico, de generosidad, intelectual y democrático de sus fundadores y de cientos de militantes que con gallardía honraron su legado.
Pero hoy, sólo prevalece el aroma de lo que fue. Solo quedan las huellas en la historia de la gesta que significó. Quedan los rastros de las batallas que se libraron en el territorio nacional. Hazañas recordadas no por los actos de valentía en un momento dado, sino por la conducta perseverante, la entrega cotidiana, generosa, ese darse rutinariamente a la ‘técnica de salvación’ por el amor al prójimo: el bien ser y estar del Otro como camino de trascendencia… esa brega de eternidad espiritual.
Pero trágicamente, los que tienen secuestrado al partido, eso ni lo entienden ni les importa. Su medida es el poder y el dinero. Esa es su compulsión.
La sociedad civil está en el desamparo ciudadano. No hay instituciones políticas que articulen el esfuerzo de oposición a un nuevo régimen autocrático y caudillista. La batalla se está librando desde diferentes trincheras. Si bien hay un esfuerzo de actuar coordinados, cada organización, cada ciudadano de a pie, participa en algo etéreo que se hace llamar la “marea rosa”. Que para lo único que alcanza es a convocar a manifestaciones de protesta.
En vía de mientras, los partidos de oposición, que debieran ser los responsables de encabezar la defensa del régimen democrático, están sumergidos en sus procesos de reconfirmación: quien es el más gandalla para detentar su dirigencia. Excluyentes. Cerrados a la participación ciudadana. Viéndose al ombligo, como lo han venido haciendo en la última década. El desafío actual no sucedió por generación espontánea, ellos son corresponsables.
Y en este escenario, los cuadros formados en la transición, aquellos que saben como ser oposición, que ya derribaron aquella ‘dictadura perfecta’ y le dieron cauce, siguen inmersos en tratar de rescatar a un partido que ya pasó, hace mucho, su punto de ‘no retorno’.
México nos necesita. El partido nos desprecia. Es la nostalgia por lo que fue, la peor enemiga de la resistencia para defender la democracia liberal que nos dimos hace décadas. Si fuéramos capaces de reconocer que lo que fue, ya pasó; que la gallardía hace falta acá, contra el régimen; que si bien estamos huérfanos, sin institución política que nos coordine, lo que hoy ocupa la patria es ponernos a disposición de enfrentar este flanco donde se amenaza la libertad, la pluralidad y el estado de derecho. No nos distraigamos más en quimeras y escaramuzas perdidas. Hagamos equipo. Y volvamos a poner la vida misma, entregada día a día, en rescatar a la República.
Colaboración especial Manuel Ovalle